viernes, 1 de mayo de 2009

Desgaste

“Dale 10.30 en Timbarros”, decía el mensaje de texto de Chelo que me llegó a eso de las 9 de la noche. Como siempre, yo estaba en clase en la facultad y me entretenía organizando vía celular la comida de la semana. No recuerdo si fue un miércoles o un jueves pero estoy seguro que no pudo haber sido ni lunes ni martes ni viernes. La razón es simple: por lo general nos veíamos nuevamente un viernes o sábado, entonces encontrarse un lunes o martes tenía la sensación de ser muy pronto para verse de nuevo. Y un viernes era bastante raro juntarse a comer porque eso nos obligaba a todos a tener que salir o hacer algo después de comer, y la verdad es que ninguno de los cuatro tenía las ganas de comer bajo ningún tipo de presión.

“Hablaste con Tincho y Javo?”, le respondí rápidamente a Chelo.

Sí vienen los dos. Yo no estoy en casa, si no te esperaba. Nos vemos abrazo”, sentenció finalmente el último mensaje de Chelo, quien vivía a unas ocho cuadras de mi facultad y generalmente me esperaba para ir juntos en su auto a Timbarro´s. Recuerdo muy bien este tipo de mensajes de Chelo en los que no se justificaba ni se excusaba, algo raro en él. “No estoy en casa”: ¿acaso no me podía generar intriga dónde estaba? Hacía tiempo que no ponía excusas. A las últimas propuestas de salidas en los fines de semana, simplemente se limitaba a responder “No puedo sory. Abrazo”. No me hubiera llamado la atención en cualquier otra persona, pero Chelo no era así: antes era más abierto y no le daba “vergüenza” decir que se iba a quedar con ella, su novia desde los 17 años. Quizás quedaba implícito que  no estar en casa” o “no poder, sory” era decir “estoy en la casa de ella” o “hoy tengo que salir con ella”, como si estuviera ahorrándome la bronca interna.

La clase terminó un rato antes, a eso de las 10 de la noche. Me tomé el colectivo para Belgrano, barrio donde quedaba Timbarro´s por aquél entonces. En el trayecto del viaje, recibo un nuevo mensaje, intuyendo ya de quien era.

“A las 10.15 en Timbarro´s abrazo” decía el mensaje de Tincho. Resultaba evidente que yo ya sabía, y que el también sabía que yo sabía que nos juntábamos. Pero así era él. No le gustaba que fuera tan tarde, y creía que con ese mensaje me presionaba a llegar más temprano, dado que si comíamos a esa hora era sólo porque yo salía tarde la facultad.

Llegué a la hora acordada, en parte por haber salido antes y también porque a esa hora no hay muchos autos en la calle. Tincho y Javo, que viven a unas escasas tres cuadras de distancia el uno del otro, ya estaban sentados en una mesa que a ninguno le gustaba pero que “si nos juntamos a esta hora, es obvio que va a estar lleno y no va a haber lugar”. Se habían sentado afuera, en frente de la puerta que da hacia la parte de adentro de donde emanaba calor y desde donde se podía ver a la única moza, una mujer de color piel negro, robusta, de pelo enrulado atendiendo todas las mesas. La solíamos llamar “negra do cabello duro”, en alusión a una publicidad muy conocida en su tiempo. Era un personaje bastante particular dado que no se ve mucha gente de color negra en Buenos Aires, y eso le daba un toque especial a Timbarro´s, donde ya nos veníamos juntando hace más de un año casi todas las semanas.

-Y Chelo? No llegó todavía?- pregunté casi al mismo tiempo que saludaba a Tincho y Javo.

-Me mandó un mensaje diciendo que estaba por llegar, que no estaba en su casa- contestó Tincho con cierta ironía.

-Es obvio que está en la casa de ella- sentenció Javo, en lo que fue su primera frase de la noche conmigo presente.

-Sí, a mí me dijo que no estaba en su casa, pero no me dijo dónde. Tengo la sensación de que le da miedo decir que está con ella...- transmití lo que pensé con el último mensaje que me había mandado.

Javo se mordió el labio inferior al mismo tiempo que movía la cabeza de un lado a otro, sentado sobre su espalda en una evidente expresión de disconformidad. Yo ni me había sacado la mochila, ni siquiera sentado, y ya estábamos hablando del tema más recurrente entre nosotros tres, en ausencia de Chelo. Quizás porque sabíamos que en cualquier momento iba a venir y el tema iba a quedar tapado por otros asuntos, quizás menos profundos o no tan dolorosos como la inmersión en nuestras vidas de ella... Y era como que teníamos que aprovechar el tiempo mientras Chelo no estuviera para poder decir lo que ya todos sabíamos, pero que nadie se animaba a decirle.

-Cómo puede seguir con esa mina… Lo maneja,  hace todo lo que ella le dice!- agregó Tincho, ya encaminado a expresar todo su resentimiento.

Al rato que me senté, apareció la negra do cabello duro y para aprovechar el tiempo y no tener que esperar quince minutos hasta que pueda acercarse de nuevo, pedimos una cerveza, una stella como a Tincho le gusta, no por sabor sino más por la imagen que vende. Javo se pidió un agua porque era su costumbre no tomar nada durante la semana, al menos no para comer y menos teniendo facultad al otro día a las ocho de la mañana.

Eran las 10.50 y Chelo no había llegado todavía. Era bastante inusual que llegara tarde y peor aún que no avisara. A Chelo se le podía objetar cualquier cosa en cuanto a las salidas de los fines de semana, pero nunca jamás faltó a ninguna de las comidas entre semana. Tincho lo llamó desde su celular, a ver si le había pasado. Pero le atendió directamente el contestador: tenía el celular apagado.

-Es obvio que está con la mina...-dije, indignado.

-Cómo no va a avisar!? Además fue él quien organizó, no da que llegue tan tarde. Yo mañana me tengo que levantar temprano- reprochó Tincho, buscando la aprobación de Javo, que hasta el momento se había limitado a mantener su expresión anterior, pensando lo mismo que todos: Chelo se quedó discutiendo con ella porque se juntaba con nosotros y, de manipuladora que es, lo demoró a propósito.

-Vamos viendo qué pedir?- interrumpió Javo, en lo que fue su segunda intervención desde que yo había llegado.

-Dale, de qué quieren?- pregunté.

-A mí me da igual cualquier cosa. Pidamos una grande y una chica para los cuatro, es obvio que tiene que venir Chelo- agregó Tincho.

-Por mí una grande de napolitana y una chica de jamón- propuso Javo.

Tincho y yo accedimos naturalmente. Segundos después de asentir vimos la figura alta de Chelo entrando por la puerta, entre apurado y ansioso por la hora que era. A medida que se acercaba a nuestra mesa pude ver su típica expresión lánguida y preocupada mientras con su brazo derecho se tocaba repetidamente su pelo enrulado: el típico gesto que nos mostraba que Chelo estaba incómodo, seguramente por haberse demorado tanto.

-Hola... Sory, sory. Me llamaron? Me quedé sin batería, no pude avisarles que estaba llegando tarde. Sory- se justificó inmediatamente con los tres mientras se agachaba uno por uno a saludarnos con un choque de caras.

-Pero qué te paso?- preguntó Tincho, entre curioso y enojado. Eran las 11 y 10. Chelo estaba acomodando la silla que había sacado de una mesa vacía, sentándose a mi lado, enfrente de Javo.

-Nada... Me peleé toda la tarde con Euge- respondió directamente, sin vueltas.

Euge era ella. Se podía ver en el rostro de Chelo una expresión entre triste y nostálgica. En el principio de su relación, unos cinco años atrás era común que nos contara sus peleas con ella. Pero hacía mucho tiempo que ya no compartía con nosotros los detalles de su relación y sólo se limitaba a responder Todo bien ante la insistente pregunta: “cómo va todo con euge?”

-Pero estás bien?- le pregunté, percibiendo que tenía ganas de contarnos.

-La verdad que no. Me cortó- dijo, sollozando.

Al mismo tiempo que Chelo confesaba lo que lo había tenido demorado, la negra do cabello duro interrumpe abruptamente.

-Y chicos, ya saben qué van a pedir?- pregunta, sin saber ni sentirse desubicada por lo que acabábamos de escuchar.

-Sí-respondió rápidamente Javo. Tincho y yo lo miramos sorprendidos: estaba inmutado.

-Una grande de napolitana y una chica de jamón. Y otra cerveza por favor-